La historia de la humanidad es la historia de las migraciones. Responde al legítimo derecho de las personas a buscarse el sustento y a procurar mejores formas de vida y un mejor futuro para si y para los suyos. España ha experimentado grandes movimientos migratorios externos y externos a lo largo de toda su historia. Los “autóctonos” de este país somos fruto de un largo proceso histórico de mestizaje étnico y cultural, con procedencias muy diversas.
Pero sin ir demasiado atrás en el tiempo, no es posible olvidarnos de un pasado más inmediato, protagonizado por nuestros padres y por nosotros mismos. En los años cincuenta y sesenta, millones de personas abandonamos el lugar en el que en el que nacimos, forzados por la ausencia de recursos e ilusionados por una nueva vida. Ir del pueblo a la ciudad entonces era un largo recorrido; suponía un cambio radical de vida, de relaciones sociales, de trabajar y hasta de hablar. Millones fueron a otros países. Unos por motivos políticos, otros por económicos y otros por ambos. Todavía hoy perviven casi millón y medio de españoles fuera de nuestro país.
España es un país de migrantes. Histórica y recientemente. ¿Quién, sin que le toque de cerca, puede negar el derecho de las personas a perseguir una vida mejor?. ¿Quién, a poco que mire a su alrededor, a sus amigos, a su propia familia, puede dejar de entender la razón por la que en los últimos años, miles de personas hayan venido a nuestro país a buscarse el sustento, a asegurar un futuro mejor para los suyos?
La actual situación económica, con unas elevadas tasas de paro, está produciendo en muchas personas trabajadoras incertidumbres e incluso desesperación. Esto se verá agravado si no se empieza a generar empleo neto, o si decae el nivel de protección a la situación desempleo. Puede que haya personas que vuelvan la mirada hacia los que vienen de otros lugares, sintiéndolos competidores en el empleo, e incluso responsables de la situación de desempleo. Y tal vez lo hagan, en muchos casos, olvidando que son hijos o nietos de aquellos que fueron del campo a buscar un empleo a la ciudad, o familiares de los millares de exiliados españoles en América, o de la multitud de los que fueron a Europa. La desesperación, la incertidumbre, el miedo, no son caldos de cultivo muy propicios para el raciocinio. Por eso no sería entendible que estos procesos irracionales, que corren el riesgo de ir construyendo una red de xenofobia en nuestra sociedad, no sean radicalmente combatidos por todos los ámbitos políticos y sociales de nuestro país. Y lo que produce vómitos es pensar que determinados sectores políticos lleguen a alentar esas tendencias peligrosas, con el único objetivo de favorecer estados de opinión que les permita rebañar algún que otro voto.
Cuando hablamos de inmigrantes, hablamos de personas. Generalmente personas valientes, generosas y trabajadoras. Hay que ser todo esto para decidirte a abandonar tu tierra y la de tus padres en la búsqueda de otra muy diferente para tus hijos. Estas personas han sido durante años fundamentales para el desarrollo económico de nuestro país. Y siguen siéndolo. Sin ellas, ese “milagroso” crecimiento de los últimos años, hubiera sido imposible. No contar con ellas pensando en el próximo despegue económico sería, además de inmoral, una estupidez. No hace tanto que, gobernando el Partido Popular, se llevaban a cabo procesos de regulación con criterios muy amplios y no precisamente vinculados a las necesidades del mercado laboral. Seguramente se hacían eco de las peticiones empresariales que demandaban más disponibilidad de mano de obra barata, sin importar cual fuera su procedencia. Ahora, no vale mirar para otro lado y pretender que no existen, o pensar que son prescindibles.
Tal vez sea oportuno recordar que ya en 2005, los inmigrantes aportaban casi el 10% del producto interior bruto de la Comunidad Autónoma de Aragón y que el desarrollo de de los sectores productivos que más han tirado de la economía hubiera sido impensable sin ellos. Un estudio de la Universidad de Zaragoza concluye que la ocupación de inmigrantes supone la creación de puestos de trabajo adicionales; casi 16 empleos por cada 100 inmigrantes.
Por si esto fuera poco, los atizadores de xenofobias, deberían tener en cuenta una cuestión de carácter demográfico, con mucha repercusión para el sostenimiento de nuestro estado de bienestar. En muchas de nuestras Comunidades Autónomas, desde luego así es en Aragón, el crecimiento poblacional vegetativo ha sido negativo hasta hace bien poco. Por decirlo en plata, mueren más personas de las que nacen. Solo la llegada de inmigrantes ha permitido ensanchar los tramos jóvenes de la pirámide poblacional y ha conseguido empezar a revertir tímidamente la situación del crecimiento vegetativo.
Viendo la pirámide poblacional, no hace falta ser demasiado avispado, para darse cuenta que en la medida que aumentan las expectativas de vida, y con las bajas tasas de natalidad actuales, la parte más ancha de la pirámide se va desplazando hacia arriba y si la base no se va ampliando, el sistema de protección social y de pensiones se encuentra con más dificultades. Es cierto que esto es matizable por otros muchos factores que pueden contribuir a la sostenibilidad del sistema, pero la afluencia futura de personas de otros países es un factor a tener muy encuenta, porque se incorporan al mercado laboral en una edad que ensancha parte "productiva" de la pirámide. No es exagerado decir que la sostenibilidad de muchas pensiones del futuro, para los españoles trabajadores del presente, en cierta medida van a depender de las cotizaciones de miles de inmigrantes, presentes y futuros, a los que haríamos bien en considerar ya como conciudadanos nuestros.
¿Quiere esto decir que son posibles y viables políticas de puertas abiertas sin control? Bajo mi punto de vista el proceso de incorporación ha de darse de una forma ordenada y racional, muy alejada de las pretensiones de algunos sectores que, en un momento determinado demandan una flexibilidad extraordinaria para cubrir sus necesidades de mano de obra, y en otros propugnan la mano dura y la expulsión, o negar la existencia de los inmigrantes, ocultarlos, sumergirlos, dificultando o negándoles algo tan básico como el padrón.
También habrá que hablar de cómo las personas inmigrantes están sufriendo con mayor dureza que el resto los zarpazos de la crisis y de cómo la falta de empleo les trae como regalo añadido, las dificultades para renovar papeles. Son las principales víctimas. No son la causa, ni el origen.
Esta informacion me sirvio de mucho gracias al editor........
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